

Con las señales propias de su lucha gallarda contra una afección cardíaca, pero con el férreo deseo de aceptar la invitación que le hiciera el Premio Compartir y además, sin proponérselo, de respaldar al primer coterráneo suyo que era nominado a este premio, lo pude saludar al término de la ceremonia. Me acerqué. En forma breve y pausada, pero significativa, me dijo:
- Sí señor. Le respondí sin ocultar la emoción.
- Muy bien mijo. Me contestó.
Este gesto del maestro Escalona y además de verlo dentro del público que nos homenajeaba esa noche, me hizo pensar en todas esas potencialidades que tenemos en nuestra región pero que por descuido o porque estamos convencidos que lo que hacemos localmente tanto en la academia, la innovación, como en el folclor para que sea significativo debemos conservarlo tal y cual, en bruto, sin intervención alguna que nos permita traducirlo y modularlo en un lenguaje universal, donde coexistan simbióticamente la estética, la ética y lo esencialmente autóctono.
En un mundo donde las culturas cada vez más están interactuando, no nos podemos dar a la soberbia de sólo entendernos, aceptarnos y vitorearnos entre nosotros mismos. Es necesario, sin desdibujar lo que somos en esencia, adaptar nuestros productos culturales, adicionándole esa estética, pero sobre todo esa ética universal de la cual algunas veces adolecen, y que los hace parecer a ojos extraños como una simple muestra de provincianismo sin trascendencia. Es duro, pero es común encontrarnos con tales ideas desde afuera, por lo que además de ser lo que somos, debemos saber parecerlo.
Así ocurrió con la música vallenata (e inevitablemente sigue sucediendo con algunos músicos), hasta que al maestro Escalona se le ocurrió cubrirla con el ropaje adecuado para presentarla desde lo local pero hacia un contexto global.
Rafael Escalona fue y seguirá siendo una figura emblemática de nuestra cultura colombiana. Pero también fue maestro por naturaleza. Fue un buen maestro porque les explicó la esencia de nuestras raíces caribeñas al mundo; fue un maestro superior porque demostró que de la provincia, especialmente del saber popular y del ambiente campesino era posible aprender una lección de vida: aprender a ser feliz; y fue un gran maestro porque comienza a inspirar al país vallenato y a toda una nación a creer en lo nuestro.