miércoles, 16 de diciembre de 2009

COMPARTIR CON EL MAESTRO









Un buen maestro explica, un maestro superior demuestra; pero un gran maestro inspira. William Arthur Ward.


Ese día él recibía uno de los tantos homenajes que en vida se le ofreció, y mientras tanto yo orgulloso, disfrutaba de uno de los más importantes reconocimientos de la sociedad civil del departamento del Cesar a través de la Cámara Junior International, Capítulo Valledupar. El Maestro Escalona hacía parte del grupo homenajeado como Gran Ciudadano y en mi caso me encontraba como Joven Sobresaliente en Liderazgo y Logros Académicos. Lucía serio, de pocas palabras, pero en el diálogo con el grupo se mostró interesado en las actividades de cada uno de nosotros. Por un buen rato pudimos intercambiar algunas impresiones sobre la actividad de motivar desde la educación a niños, niñas y jóvenes en la investigación.



Dos años después nos volvimos a encontrar y para mi fortuna en el reconocimiento profesional más importante que he tenido: la entrega del Premio Compartir al Maestro en su versión del 2007. Su presencia en el teatro Colsubsidio en Bogotá fue de alguna manera un aliciente importante, por que nuestra comitiva del CASD era de sólo tres personas. En esa oportunidad éramos seis costeños entre los trece nominados ese año y nuestro orgullo queríamos compartirlo con nuestras familias, compañeros de trabajo y estudiantes de nuestra institución. Dicho sea de paso, es realmente una experiencia que cualquier profesional y en especial un maestro desea vivir. La atención por parte de la Fundación Compartir es única y aún más es la noche de premiación. Los trece maestros nominados nos sentimos que el país fijaba su mirada, aunque sea por un instante, en la labor casi anónima de educar, pues le estaban dando valor a ese esfuerzo agregado que un maestro nominado le imprime a su trabajo, no sólo por cumplir lo básico de sus funciones, sino por poner su alma en cada segundo de enseñanza.



Con las señales propias de su lucha gallarda contra una afección cardíaca, pero con el férreo deseo de aceptar la invitación que le hiciera el Premio Compartir y además, sin proponérselo, de respaldar al primer coterráneo suyo que era nominado a este premio, lo pude saludar al término de la ceremonia. Me acerqué. En forma breve y pausada, pero significativa, me dijo:


- ¿Tú eres (el maestro) de Valledupar?
- Sí señor. Le respondí sin ocultar la emoción.
- Muy bien mijo. Me contestó.


Este gesto del maestro Escalona y además de verlo dentro del público que nos homenajeaba esa noche, me hizo pensar en todas esas potencialidades que tenemos en nuestra región pero que por descuido o porque estamos convencidos que lo que hacemos localmente tanto en la academia, la innovación, como en el folclor para que sea significativo debemos conservarlo tal y cual, en bruto, sin intervención alguna que nos permita traducirlo y modularlo en un lenguaje universal, donde coexistan simbióticamente la estética, la ética y lo esencialmente autóctono.


En un mundo donde las culturas cada vez más están interactuando, no nos podemos dar a la soberbia de sólo entendernos, aceptarnos y vitorearnos entre nosotros mismos. Es necesario, sin desdibujar lo que somos en esencia, adaptar nuestros productos culturales, adicionándole esa estética, pero sobre todo esa ética universal de la cual algunas veces adolecen, y que los hace parecer a ojos extraños como una simple muestra de provincianismo sin trascendencia. Es duro, pero es común encontrarnos con tales ideas desde afuera, por lo que además de ser lo que somos, debemos saber parecerlo.


Así ocurrió con la música vallenata (e inevitablemente sigue sucediendo con algunos músicos), hasta que al maestro Escalona se le ocurrió cubrirla con el ropaje adecuado para presentarla desde lo local pero hacia un contexto global.
Rafael Escalona fue y seguirá siendo una figura emblemática de nuestra cultura colombiana. Pero también fue maestro por naturaleza. Fue un buen maestro porque les explicó la esencia de nuestras raíces caribeñas al mundo; fue un maestro superior porque demostró que de la provincia, especialmente del saber popular y del ambiente campesino era posible aprender una lección de vida: aprender a ser feliz; y fue un gran maestro porque comienza a inspirar al país vallenato y a toda una nación a creer en lo nuestro.