domingo, 15 de agosto de 2010

EL VALOR DE UNA VIDA


El viernes 4 de septiembre del 2009 fue un día aciago. En un hecho desafortunado, nuestro colega y amigo Carlos Andrés Reyes estuvo entre los casi 30 mil seres humanos que murieron en el país en forma violenta en ese año según el Instituto Nacional de Medicina Legal. Para cualquiera de nosotros que hemos tenido algún familiar o amigo muerto en circunstancias donde otro ser humano decidió acabar con su existencia sin ningún tipo de aprecio por la vida; o que en un momento indescifrable por los demás ha tomado la decisión fatal de autoeliminarse; o en un inexorable accidente, especialmente de tránsito; estas frías cifras y números se convierten en un doloroso recuento. Ahora imaginémonos que detrás de cada una de esas treinta mil personas existe el drama y el sufrimiento de padres, hijos, cónyuges y amigos.



Carlos fue un luchador de la vida tan aguerrido, que no se dejó absorber por un medio social que en forma permanente intentaba sustraer a muchos jóvenes del seno de sus familias para sumergirlos en las tenebrosas aguas de la violencia. Hizo todo lo contrario, respondió con su brillante inteligencia, su dedicación al conocimiento y su fiel amistad. Sin embargo, esa misma sociedad a la que empezaba a entregarle soluciones desde la investigación, cruelmente respondió segándole la vida a este maravilloso ser humano.

Lamentablemente fue uno de los 17.717 asesinatos que tristemente sucedieron durante el 2009 en Colombia. Hizo parte del 78% realizado con arma de fuego y parte del 87% de los homicidios que fueron clasificados como "sin información" o autor desconocido. Es decir, en la más completa impunidad.

La muerte violenta es la suspensión de la vida de manera abrupta e inesperada y no como consecuencia de un proceso de envejecimiento natural de las estructuras biológicas. Pero aún así, la muerte violenta vista de cerca es igualmente un proceso, en el que en un punto se torna irreversible e irrecuperable desde el punto de vista homeostático, es decir, el punto en donde el organismo no es capaz de volver a un estado de equilibrio y lograr estabilizarse. Antes se creía que la cesación de las funciones cardíacas y la respiración eran signo inequívoco de la muerte. Posteriormente, se definió como ausencia de actividad eléctrica cerebral comprobada a través de encefalografía. No obstante, se sabe que en algunas situaciones la actividad eléctrica del cerebro es tan mínima que resulta indetectable por este medio. En la actualidad, una ausencia en la actividad bioeléctrica de la corteza cerebral es signo de la perdida de la conciencia pero no es válido para definirlo como muerte. La interrupción en la actividad de todo el cerebro incluido el tallo encefálico es lo que da la pauta para decir que el cuerpo material de una persona dejó de existir. Significa, que según la medicina la pérdida permanente de la conciencia y además de las funciones vegetativas equivale a un diagnóstico de muerte. Empero, lo que es un misterio es el punto en que el proceso de la muerte se torna irreversible y todavía más, cómo es posible reestablecer la función vital.

Vida y muerte. Entender la una, es aceptar la otra.

No hay comentarios: